Sunday 17 June 2012

Capítulo 8





Capítulo VIII








_ ¡Ah!, una última cosa viejito, que se te quede bien tatuado mi nombre en esa cabezota dura: yo me llamo Rafa. ¡Vámonos, compas!



_ ¿Qué? ¿Apoco lo vamos a dejar así nomás?



_ Súbete a la troca, acamaya. Tú manejas.



_ ¡Orales!, esa voz me agrada. Todavía no me ha tocado meterle pata a la güera.




Cabizbaja y desencajada, Manuela se acerca y saluda a su mejor amiga: una rechoncha

morena, hija de una oaxaqueña que prefirió la Florida a California.




_ Deveras que eres pendeja, Manuela. ¿Apoco te volvió a mandar al carajo, ese Héctor?



_ Ya sabes que así es él.



_ Yo prefiero al flaquito que siempre anda con ese.



_ Es muy plano.



_ Ni tanto.



_ No me refiero a eso, tonta. No sé. Es demasiado no sé cómo.



_ Lo que pasa es que a ti te gusta que te maltraten. Nomás porque el Paco le tiene

mucho respeto al Héctor, pero se ve que te trae un resto de ganas.



_ No es cierto.



_ ¿No te digo que eres pendeja?, chécate la próxima vez las miradas que te avienta y verás si no.




El edificio es pequeño pero de concreto, pintado de verde pistache en el exterior, como queriendo no llamar la atención. Dos cuartos, una improvisada cocina y un baño al fondo es todo. Tres viejos escritorios, y un montón de sillas de plástico recargadas contra la pared son parte de su raquítico inmobiliario. Tres archiveros metálicos gris rata guardan los datos de no pocos latinoamericanos que han llegado al sur de la Florida, huyendo del desastre económico en sus países de origen. Las paredes, y los whiteboards son insuficientes, porque en ellos no sólo se postean los trabajos disponibles, a los asociados que trabajan por cuenta propia, también les es permitido ofrecer sus servicios. Ultimamente abundan los técnicos en computación.




_ Ese mi zapato. ¡Qué transa, mi viejito! ¿Nos vas a echar la mano de vuelta?



_ Pues, aquí me tiene paisano, pa' lo que se ofrezca.



_ Deveras que pocos como tú. ¿Qué necesidad de estar de voluntario a tu edad todavía?



_ Hasta que me vaya de minero, nunca se me va a olvidar la balona que me hicieron cuando llegué por estas tierras.



_ Hombre, no es nada, mi hermano. Mira, ahorita todos los changarros están que se las ven negras, mi buen. Así que vamos a tener que abrir los fines de semana también, mientras se compone la cosa... si es que se compone. Mi mujer ya llenó de veladoras toda la casa. No es broma. La mera neta, desde que yo llegué nunca había sentido una crisis tan fuerte como la de ahorita.



_ Ya sabes que conmigo puedes contar, pero los sábados no puedo, es el día que juegan los chamacos, y hay que estar al pie del cañón.



_ ¿Puedo contar contigo el domingo, entonces? Nomás sería medio día. Dígamos de 8 a 12, o de 7 a 11, como tú gustes.



_ Me parece mejor de 8 a 12, yo le entro, compa.



_ Ya vas. ¡Ese mi Sansón!



_ ¿Apoco sí está muy dura la cosa?



_ Mira, con decirte que de nuestra tierra ya nos está llegando gente de estados que antes nunca habíamos visto.



_ Sí te creo. El otro día que hablé con mi hija me contó que la cosa está del cocol en México. Si ella no estuviera en el sindicato ya desde cuando hubiera pensado en venirse también.



_ Oye, Emiliano, por cierto. Tú que tienes buen ojo pa' la raza de buena cepa. Estamos necesitando alguien que nos ayude a llevar los archivos de la asociación, y si se puede que le arrastre un poco a los numeros. La paga es más que el mínimo que dan en las marquetas bien negreras de por aquí. ¿Cómo ves?



_ Mmm. Creo que sí tengo una conocida, y estudió algo parecido. Deja y le comento para ver si le interesa.



_ Perfecto, tú me avisas.



_ Sale. Me despido porque ando nomás de pasadita. Cuenta conmigo. Yo les caigo el domingo, pues.




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